Si acaso cabe una apología, será del pueblo libio, aunque sin darle a la palabra ‘pueblo’ ningún sentido especialmente sublime o mistificador. Las gentes de ese país sufren desde hace muchos meses las consecuencias del violentismo imperante. Con Sirte finalmente convertida en símbolo de la resistencia popular, para algunos ya legendaria. Ciudad arrasada por la benéfica OTAN –protectora de civiles–, como reconoce hasta la prensa más sistémica. Pero no la única ciudad machacada: recordemos Trípoli, o Bani Walid (en esta última, con denuncias sobre el uso de armas químicas).
Un pueblo que, según nos contaron, se había levantado contra su dictador. Pero que, pese al terror invasor, algo debía de querer a éste cuando lleva ocho meses resistiendo las bombas y la desolación. Han pasado tres meses desde que Trípoli fuera tomada por los “rebeldes” a lomos de la OTAN. ¿Cómo es posible que un pueblo que odiaba tanto al déspota no lograra acabar antes con sus presuntamente escasos leales, siendo que además contaba con la ayuda de los ejércitos más poderosos del mundo?
Pero la respuesta la han dado los propios asesinos de Muamar, según lo han recogido los medios más oficialistas: «Gadafi será enterrado en un lugar secreto». Se trata de evitar que el emplazamiento de su tumba se convierta en un «santuario», un centro de peregrinación popular. De nuevo, algo extraño si el pueblo lo detestaba tanto... [Se habla incluso de la posibilidad de echar el cadáver al mar, como dicen que se hizo con el de Bin Laden. ¿Quizá, de paso, para añadir verosimilitud a ese otro cuento?]
En marzo del presente año la ONU, marioneta de los dictadores globales, emitió la Resolución 1973. Aunque ambigua, declaraba tener por objeto «proteger a los civiles y a las áreas pobladas bajo amenaza de ataques». No hablaba de derrocar al régimen de Gadafi. Sin embargo, una vez asesinado éste, los principales señores de esta guerra han corrido a anunciar el próximo fin de sus operaciones. Seguramente Leonor tenga algo de razón cuando dice desde Libia que se trata del «golpe de estado más cruento de la Historia». Que además, no nos engañemos, dejará el legado de otra guerra perpetua, pues la resistencia tiene cada vez más argumentos para seguir la lucha (por ejemplo).
Arrellanado en su sillón, el viejo miraba por la ventana al cielo plomizo mientras meneaba de lado a lado la cabeza. Entonces llegó corriendo su nieta.
–Abuelo, ¡Gadafi ha muerto! Lo he oído por la radio del coche de mamá.
–Sí, Alicia. Lo han asesinado. Y más vale que no veas las imágenes, son muy desagradables.
–Vale..., ¡pero era un dictadoooorrr!
–Ésa es la respuesta automática que nos han metido en la cabeza a base de repetírnosla. Como si por ser un dictador otros tuvieran derecho a matarle. Otros mucho más tiranos.
Alicia pensó por unos momentos y luego preguntó:
–Pero entonces, ¿por qué todo el mundo los aplaude por haberle matado?
–Porque tienen más poder. A eso se reduce toda la política. Y por eso han matado a ese hombre. Pero ahora dame un beso y vete a dormir, que mañana tienes que hacer muchas cosas positivas. Tú sí, querida Alicia, tú sí... –concluyó el abuelo, empezando a sentir sus ojos más húmedos de la cuenta.
Quieren que celebremos sus triunfales campañas como si fueran también las nuestras. Que no caigamos jamás en la cuenta de que al agredir al pueblo libio (o al afgano, o al iraquí...) nos agreden también a nosotros.
Son los mismos que nos sumen en hondas crisis económicas. Los que roban a los pobres para dárselo a los ricos. Los que generan oscuras “pandemias”. Pero son el Poder y por eso tenemos que decirles amén. Coreando sus victorias militares. Alegrándonos, en España, de que desaparezca una pequeña banda terrorista mientras bendecimos su terrorismo a escala planetaria. Dicen que el fin de la violencia etarra permite «la legítima satisfacción por la victoria de la democracia, de la ley y de la razón». Pero saben que ETA ya era en la práctica, desde hace tiempo, cosa del pasado. Y tampoco ignoran que el presente y el futuro están signados por un terrorismo mucho más brutal y poderoso. Capaz de aniquilar en unas horas a más personas que esa banda criminal en cinco décadas. El suyo.
Pretenden que los españoles sintamos renovadas esperanzas porque ETA ya no matará mientras los suyos seguirán haciéndolo a escala masiva. Así buscan apuntalar su régimen sistémico y seguir atrapándonos en la red globalitaria.
¿Quién entiende, quién se molesta en entender, lo que implica el asesinato de Muamar?
Han matado a un hombre. Lo han linchado cuando se batía –nadie lo dude– heroicamente (aunque en gran parte fuera el heroísmo de la soberbia). Lo han escarnecido, torturado, asesinado.
Antes, claro, los demonios se habían aplicado a demonizarlo. Suscitaron así un odio “legítimo”, incluso obligatorio, contra él. De este modo crearon la coartada perfecta para luego destrozarlo de manera literal. Para que la más atroz barbarie se disfrazase de justicia.
Esa jauría humana que arrastró al herido para luego rematarlo seguramente sentía que estaba cumpliendo un deber. No entendía nada más, no veía nada más, que la hora de la venganza. No se planteaba cómo se había llegado a ese momento: mediante la información falsa que difundiera la prensa, la nueva manipulación de las potencias en la ONU para imponer la “exclusión aérea”, la posterior burla de la Resolución 1973 de la propia ONU....
Esos salvajes “rebeldes” no estaban, tampoco, para pensar en lo bueno del mandato de Gadafi. La Yamahiriya era una dictadura, de acuerdo, pero aún podemos leer que tenía un alto índice de desarrollo humano, el mayor de África, superior a los de México, Bulgaria, Rusia, Ucrania, China..., con una renta per cápita que supera igualmente a la los demás países africanos. «Libia cuenta con un 3% de población inmigrante, resultado de la situación económica privilegiada del país dentro de los estándares de África» (por cierto, los extranjeros –fundamentalmente de raza negra– fueron perseguidos por los “rebeldes” desde el principio del conflicto). Gadafi había instaurado un estado policial, pero también había velado por la prosperidad de su pueblo mediante el fomento de la educación, la sanidad universal, la realización de vastas obras públicas promotoras del desarrollo (como la irrigación general de su gran país, en gran medida desértico), garantizando la baratura de bienes de uso tan común como la gasolina, e impulsando «vigorosamente la posición en la vida pública de las mujeres», según reconoce una fuente tan abiertamente crítica como el CIDOB (cuyo presidente de honor es nada menos que el ex secretario general de la OTAN Javier Solana). Además, fue un activo luchador por la unidad y el desarrollo africanos, lo que explica que no pocos gobiernos de ese continente le hayan defendido hasta (casi) el final. El mandato de Muamar no fue blanco ni mucho menos (¿el de qué gobernante lo es?), pero ni remotamente fue tan negro como llevan meses contándonos.
Todo eso no lo tuvieron en cuenta los linchadores de Muamar (y de su hijo, y del ministro de Defensa...). Ni lo hemos tenido en cuenta la mayoría de nosotros al interesarnos, en mayor o menor medida, por el conflicto libio. Nos hemos limitado, en general, a repetir las respuestas automáticas inducidas por el Sistema y sus medios de pseudoinformación (un grotesco ejemplo de ésta aquí: el diario El Mundo manipula manifestación pro Gadafi diciendo que es contraria; ver segunda foto). Favoreciendo así que los que se proclaman defensores de las libertades democráticas en todo el mundo hayan vuelto a violar los más elementales principios del derecho, como han hecho al matar sin un juicio justo previo. Una conducta que ya es habitual verles justificar con la mayor impavidez. Consagrando un desprecio supremo por la vida humana.
Por todo ello, en un contexto de brutal hegemonía del Imperio, la muerte de Muamar refleja el enorme peso del totalitarismo rampante. Hace más de ocho meses decretaron –secreta pero obviamente– el final de su régimen y hoy lo vemos cumplido. Toda una colosal demostración de poder, pero es más que eso: su prepotencia transmite un mensaje de inexorabilidad: “Lo que nos proponemos conseguir, lo conseguimos.” Hoy la víctima ha sido Gadafi; mañana puedes ser tú, puedo ser yo. O cualquier otro que denuncie la Era de las Sombras que están erigiendo. Ellos son los dioses.
Ocampo, fiscal principal del Tribunal Penal Internacional, estás muy callado... No te oímos condenar estos linchamientos, tampoco las masacres de esa OTAN a la que vilmente sirves. Lo referente al asesinato ilegal de Muamar lo tendrías fácil: sólo un par de días antes Clinton, la secretaria del Imperio, indicó que esperaba verle pronto muerto o capturado. Podrías tirar de ese hilo... Pero no nos sorprende tu mutismo. Tuviste un papel destacado en esta farsa sangrienta, repitiendo las acusaciones de la propaganda imperial pese a reconocer tu falta de información. No emprenderás juicio alguno contra ellos, pues si así fuera, y si se efectuase una investigación realmente seria, ¿no acabarías siendo tú mismo juzgado?
Cada vez más fácil...
Con el 11-S, el Imperio vio la puerta abierta para su definitiva hegemonía global. Violentando el mundo entero, en estos años ha implantado las bases de una dictadura que ya afecta a múltiples facetas de nuestras vidas (de momento, en unos países más que en otros). Con todo, Libia marca un antes y un después. La astucia desplegada en este caso no tiene parangón. Víctimas de ella, amplias franjas de la izquierda real y otros sectores “antisistema” han mordido el anzuelo (en gran parte también porque comparten el violentismo de fondo).
Al menos respecto a Irak hubo una amplia reprobación social. Los amos del mundo se salieron con la suya, pero no sin una gran contestación de las masas incluso en Occidente. Las armas de destrucción masiva, cuya inexistencia era evidente desde el principio, no aparecieron y eso condenó al descrédito a los líderes de las Azores, aunque ocho años después sigan libres.
En cambio ahora, sin que nadie haya demostrado los supuestos bombardeos de Gadafi sobre civiles en febrero pasado, todo ha ido sobre ruedas. Muchos genuinos adversarios de los genocidas globales dieron crédito, pese a los precedentes llenos de mentiras, a su versión de los hechos. El pueblo estaba siendo machacado por un tirano. Ya no era que hubiera amparado el ataque a otro país (acusación a los talibanes), o que tuviese armas con que hacerlo (acusación a Sadam). Ahora se trataba, según la propaganda imperial jamás probada, de que estaba bombardeando a su propio pueblo. Así, los planificadores de la agresión a Libia tocaron la fibra más sensible de los crédulos antiimperialistas. Sus ganas de celebrar una nueva victoria popular, en el engañoso contexto de las revueltas árabes, hicieron el resto. El peligro de dejarse llevar por los sentimientos...
Un ejemplo quizá paradigmático es el de Santiago Alba, desde hace mucho un sincero activista antiimperialista. Sus vibrantes textos, escritos con esmero y a menudo con amplia información (incluso directa), así lo revelan. Pero en el caso libio su error, y sobre todo su contumacia a la hora de mantenerlo, ha sido fatal, en razón de su influencia entre la izquierda digna de ese nombre. Un dislate debido fundamentalmente a que una y otra vez (ver 1, 2 y 3) ha hecho suya en gran medida la versión oficial del conflicto. Sobre esa base, ha construido análisis profundamente errados que han reforzado, contra su voluntad, las posturas del Imperio.
Ya en febrero del presente año, afirmaba: “No es la OTAN quien está bombardeando a los libios sino Gadafi.” Como prueba de su ceguera de entonces, cuando ya para muchos era obvia la inminente agresión militar, en ese mismo artículo añadía: “Habrá que oponerse a cualquier injerencia occidental, pero no creo, sinceramente, que la OTAN vaya a invadir Libia.” Un error de apreciación que, de no haberse tragado la versión oficial, seguramente no habría cometido. Pues ya sabemos lo que pasó: la OTAN invadió y fue la OTAN la que bombardeó a los libios. Lo peor de todo es que en septiembre Alba seguía con la misma tónica (ver también). Como si todos los meses transcurridos no le hubieran provisto una verdadera montaña de evidencias a agregar a las que ya en febrero aconsejaban pensar lo contrario de lo que sostenía. Pero, ¿cómo es posible que alguien pueda creer que el Imperio va a favorecer jamás una revolución genuina? (ver). ¡¿Desde cuándo la OTAN es una organización revolucionaria?! (Alba no es el único, otros izquierdistas cayeron igualmente en la trampa; para un ejemplo con argumentos especialmente rebuscados –siempre favorables, aun sin querer, a los agresores de Libia–, véase este artículo de Tom Mills). Como dice Luis Britto, «si existe un movimiento social en Libia debe de estar luchando contra la OTAN.»
¿Alguien puede extrañarse mucho de que el líder de los “rebeldes”, Mustafá Abdul Jalil, haya exaltado el colonialismo en su reciente visita a Italia?
El mundo que así se ayuda a construir
Recórdemoslo: estamos hablando de unos seres con un poder ya tan inmenso como para decretar oficialmente que acaba de morir un hombre que ya llevaba años muerto. Un poder capaz de alterar para siempre, a ojos del mundo, la biografía de célebres contemporáneos nuestros.
Gracias a esa maestría en el engaño, nos imbuyen la idea de que somos cada vez más libres cuando la realidad es justo la contraria. Eso sí, no sin evitar –al contrario, les interesa– que alberguemos todos un vago y creciente sentimiento de angustia: manejando nuestras emociones, controlarán nuestras voluntades. Entretanto, siguen preparando la próxima embestida (seguramente empieza por ‘S’).
Los tigres nos han librado de un nuevo perro tirano. Antes derrocaron a Milosevic, a los talibanes, a Sadam. Ahora ha caído Gadafi. El mundo es más libre sin ellos. Todos los medios informativos relevantes así lo proclaman. ¡Los borreguitos tenemos motivos para la esperanza! Sólo... sólo hay una cosa que, si nos paramos a pensarla, inquieta nuestros corazones: contra lo que cabría esperar, los tigres parecen cada vez más hambrientos.