Así mismo:
Un nuevo fantasma recorre nuestras calles y nuestros foros de debate: el fantasma del socialismo. Para toda una camada de izquierdistas –que no nos sobran pero tampoco nos faltan en este país- se nos ha abierto un boquete maravilloso en el cielo. Otros han quedado silenciosos y dubitativos, viendo como le dan la vuelta para que a la final no signifique nada, cuando mucho un nuevo lenguaje de manipulación y control de masas. Para otros es motivo de aumento de sus miedos y rabias originarias hasta convertirlos en un nuevo depósito de terror y odio. Y para la inmensa mayoría es simplemente una nueva palabra en realidad desconocida que oyen con mayor o menor –o ningún- interés según los casos. Chávez mismo lo asume como un sueño indefinido, dejándolo para un “ya veremos”… “pero la cosa va”, pero ¿qué cosa va?.
Por lo menos aceptemos que es una manera muy curiosa y a la vez muy lógica de comenzar este nuevo capítulo de la “revolución sin más” que vivimos. Es un síntoma o del vivir esta aurora del siglo XXI. Dentro de un reducido pero apasionado espacio social (de ricos y pobres, cada uno por su lado) todo se convierte en una extrema duda (dudas de esperanza o dudas de terror) que en sus efectos comienza por producir dos fenómenos inmediatos: el dólar se dispara por encima de los 4 mil bolívares en los mercados negros (terror materializado de las clases dominantes), y a la par se convocan a una infinidad de discusiones que van desde el partido único, la organización de consejos comunales, las asambleas sectoriales, la teoría de la revolución (esperanza desbordada de los parias de la tierra). Sin saber muy bien de que estamos hablando, sin embargo los causes de la realidad se mueven llenos de dudas pero antagónicamente, al menos desde los polos más claros y dispuestos de la polaridad social: ricos y pobres, y entre ellos sus fracciones mas politizadas y medianamente claras de cuales son los intereses de clase que están defendiendo.
Pero este no es un fenómeno de mayorías ni mucho menos, es un debate rabioso o alegre que se vive a nivel de vanguardias de clase, de ricos y pobres (o medios ricos y medios pobres) que en sí mismo no tiene nada de especial ni de exclusivo a Venezuela. Lo auténticamente revolucionario (el proceso revolucionaria que se libra) es que este debate a su vez arrastra tras de sí al menos a una enorme cantidad de masas sociales que se sienten apasionadamente ligadas a uno u otro polo y cuya identidad no se centra en ninguna forma de conciencia pura –“socialista” o “capitalista”- como ha querido enseñarnos la razón suprema y abstracta, desmembrada y desterritorializada, del moderno orden burgués. Más que una conciencia es una definición de camino, una definición de campo que nace en la memoria y en el deseo de nuestros cuerpos. Y es allí donde empieza la verdadera lucha de clases; lucha que en este caso se libra entre dos proyectos societales racicalmente distintos y contrarios. Desde nuestras propias posiciones clase, nuestra situación como explotados o explotadores, se define si queremos o no queremos participar de la fabricación de un orden distinto, estamos o no estamos con la revolución, llámese como se llame, vaya para donde vaya. Nuestras memorias hechas de vivencias y valores, de intereses y sueños, nos empujan hacia un deseo u otro. Tales opciones automáticamente se convierten en dos lenguajes sociales distintos cuyos códigos terminan apoderándose desde las paredes y papeles, desde las conversaciones, gritos e ironías que se muestran por las calles, hasta los ordenes de discurso y las realidades que se muestran y estructuran a nivel de los medios de comunicación.
Pero ojo, esto no quiere decir “participación activa” de parte de quienes quedan absorbidos y definidos en tal opción. Limitémonos en estos momentos a “la opción revolucionaria”, dejando como hecho que aquel enorme espectro conservador y contrarrevolucionario fundamentalmente de clase media hacia arriba no deviene en una “opción activa y participante” desde un acto de rebeldía. Como toda opción reaccionaria espera que sus jefes y representantes ganen terreno en el ejercicio del dominio y se impongan como sea para participar obedientemente. En realidad esa participación libre, rebelde y transformadora –en consejos comunales, movimientos sociales, organizaciones de base, cooperativismo, voluntariado creador y trabajador, etc cuando mucho llega al 20% de la población, siendo el resto un conjunto social enorme ligado a las becas sociales administradas por la burocracia de gobierno y todavía más allá, millones que en su condición de ser “pobres” efectivamente están felices de ser “chavistas”, de darle todo el apoyo a Chávez pero hasta allí.
Y aún así, nos guste o no, tales debates, las miles de iniciativas que le siguen, los ecos, las alegrías, odios y tragedias que producen en el espacio social, no cubren todavía la mayoría absoluta de la población. Sin poner de lado los niños y adolescentes que en muchos casos también quedan atrapados en esta polaridad de campos y donde también hay una “opción” por más infantil que sea (pregúntele a nuestros hijos con quien están), sin embargo y tomando como base estadística la participación electoral (12 millones sobre 26 0 27 millones de habitantes), la mayoría o algo muy cercano a ella simplemente viven hundidos dentro de un destino que por lo general no es otro que el de la exclusión y la ignorancia. O para ser más exactos la rutina de la sobrevivencia y el no tener ningún punto de encuentro, ninguna forma de retroalimentación material o espiritual, que le permita “tomar opción”, asumiendo con pasión algunos de los códigos y compromisos que se mueven al interno de la polaridad planteada. ¿Qué quiere decir esto?, evidentemente que la “revolución” como fenómeno telúrico, como acto histórico desde donde la historia se rompe en un antes y un después de ella, todavía –esa revolución- no ha llegado. No puede cumplirse una revolución con tanta indiferencia, con tanta y tanta gente sin la expresión participante que indique su deseo de cambiar su modo de vida y derrotar a aquellos que lo obligan a vivir en sumisión y pobreza. Al interno de esta suma millonaria de personas que suman el “chavismo pasivo” y la población sometida a su propia indeferencia se juega lo que llamaba Gramsci la pelea original por la hegemonía en el terreno cultural, y a nivel político, una guerra de posiciones (de discursos y movimientos, agregaríamos) que se libra de manera multiplicada a nivel de la sociedad civil, bordeando en todo momento una violencia que de manera callada deja sin vida a un promedio de un dirigente popular cada tres días; eso “por ahora”. Tomando entonces como referencia esa inmensa masa que suma el chavismo apasionado pero distante y a esa mayoría indiferente y abrumada por la sobrevivencia, una revolución ya definitiva, es decir, que defina historia y futuro, no puede hacerse siendo tan im-potente ella misma frente a la mayoría para quien dice hacerse. El proceso hacia ella probablemente este en marcha o probablemente se frustre –en realidad es todo lo que tenemos si hablamos de revolución social-, pero si al menos una tercera parte de esta población ausente no se define como cuerpo político activo, y esa otra masa que ha tomado opción pero se guarda distante no se organiza activamente en una inmensa y diversa vanguardia colectiva, más allá de las carteleras y los programas bonitos no vamos a pasar. Poco a poco se irá perdiendo eco y el espectro de una revolución querida se borre, dejando a ese 20% aislado en sus sueños, dándole oportunidad a la polaridad reaccionaria y aterrorizada como a todo el oportunismo “rojo-rojito” que en su agitación acabe con todo esto muy probablemente a punta de sangre y represión. Para eso esta el viejo estado y el cuerpo de dominio capitalista enterito y esperando su momento.
La presión por “hacer la revolución” la tenemos entonces encima. En cierto sentido ha llegado la hora y es evidente que esto nos pone en una tensión política extrema. El reflejo mas inmediato ha sido el de discutir por supuesto, buscar agrupamiento, síntesis, línea de acción, en función de materializar de una vez por todas al menos la revolución posible. No se trata de cumplir el socialismo final, digamos a vuelo de pájaro de que exista medianamente una república de consejos de autogobierno popular que al menos administren directamente una tercera parte de la riqueza pública, produzca e intercambie la mitad de los bienes necesarios y donde participe algo que se parezca a la mitad de la población trabajadora. Una multitud que se convertiría por potencia propia en una fuerza libertaria descomunal y cuyos límites obviamente no se someterían a las fronteras nacionales.
La primera respuesta ante semejante presión, dada la centralidad de la figura de Chávez, ya se empieza a sentir dentro del restringido mundo de las vanguardias sociales y revolucionarias lo que son las líneas de profundización revolucionaria por él establecidas: estado comunal, reforma constitucional y legislativa, partido de gobierno unificado. A nivel institucional esto tiene mucho menos peso, casi imperceptible en realidad salvo los pequeños campos de acción comprometida y de transformación interna que existen en algunos ministerios, misiones, empresas y regiones de la fuerza armada. A nivel de base todavía es imperceptible, algo que convierte en utopía sumar la indiferencia a esta primera etapa de profundización. Más bien es muy preocupante el derrotero de la gran mayoría de consejos comunales que o no existen como dinámica social asamblearia o desaparecen sus recursos (descaradamente robados) o se quedan congelados frente a directivas impuestas por los poderes regionales y alcaldías. Todavía mas preocupante es la manera de atacar, excluir, reprimir, sin alternativas viables una pobreza masificada (cerca del 50% de la masa laboral del país) que en tanto población no asalariada y sin capital ubica en la calle su única forma de sobrevivencia.
Pero en todo caso esto es una línea presidencial en marcha que en realidad centra toda su fuerza en lo que será la reforma estructural encausada por nuevas leyes y la reforma de estado y de las estructuras de poder en general. La reserva de este proceso a la deliberación y decisión a manos de comisiones presidenciales ciertamente es un pequeño crimen muy propio de este momento que vive el proceso donde el bonapartismo presidencial absorbe para sí todo lo que es derecho e ideal de una fuerza constituyente extensa, masiva y abierta que ha sido sistemáticamente limitada cuando no reprimida por estos mecanismos de absorción de decisiones. Pero aún así se ha arraigado la expectativa de una reforma progresiva que traiga como consecuencia una democratización radical de las instituciones regionales y de gobierno (mando colectivo y democrático de las mismas). Una redefinición de las territorialidades nacionales. Un reajuste de leyes de salud, educación, vivienda, comunicación, servicios públicos, que permitan un nivel de participación y desconcentración profunda de poderes y propiedades a este nivel (incluida una redefinición conceptual humanista y socializante de estas actividades y necesidades sociales). Una reforma que profundice derechos laborales y universalice realmente el salario y seguro social. Una actualización o nueva postulación de leyes a nivel de derechos humanos que profundicen la igualdad ciudadana y abran derechos a nivel de la mujer, ambiente, etnias, comunidades, cultura, etc. Una apertura mucho más clara a formas de propiedad y ganancia, de producción y mercado, ciencia y tecnología, que permita una socialización más rápida y extensa de del campo económico y productivo (incluida toda una heterogeneidad de formas de control obrero y comunitario sobre la propiedad la ganancia y la inversión social). Un amplio incremento de la línea de recuperación colectiva de las tierras de producción y reservas ambientales. Una garantía de nacionalización definitiva de toda industria básica que suponga igualmente una definición antidesarrollista, anticapitalista del modelo de desarrollo en su conjunto.
Semejante reforma evidentemente que va a traer una cola de debate, de asambleas, propuestas públicas, de presiones y de ataques extraordinarios (cuidado y si no llega a serios brotes de violencia dependiendo de la “profundidad” que vayan asomando) que yendo a lo nuestro muy probablemente arrastre ese 20% en forma directa o indirecta a este debate y sus consecuencias políticas inmediatas. El eje dirigido a la “explosión del poder comunal”, síntesis y federaciones del espacio de los consejos comunales, ojalá consolide esta participación, fortaleciendo lo que ya ha sido una ganancia fundamental de este proceso en cuanto a la agregación participativa de esa vanguardia social. E igual, dependiendo de la misma profundidad que asuman estas reformas y su carácter democrático y transformador, ello dará pie para abrir todavía más las posibilidades de dicha participación hacia esa población “apasionada” pero distante del proceso revolucionario. Si esas leyes y normas constitucionales no solo atacan estructuralmente el orden vertical de estado sino además se meten con el orden horizontal de la producción, las discriminaciones sociales, los sistemas de servicio y educación, agrietando su raíz colonial y capitalista, es muy probable que el brote participativo incluso desborde todas las vanguardias sociales y nuevo partido de la revolución.
Sin embargo, aún en el mejor de los casos en cuanto a la profundidad de las reformas y la suma de participación, todavía estaremos muy lejos de incluir esa cuota poblacional que en la medida en que se radicalice la polaridad social y política estará a la saga de ser absorbida por lo menos en una parte importante por la contraofensiva reaccionaria que se centrará a continuación en la acusación de “dictadura” y la reivindicación de los valores tradicionales y el conservadurismo social. ¿Y eso por qué?. Porque estaremos viviendo dentro de una sociedad capitalista y el comando de un estado capitalista arraigado en el orden global que continuará sembrando el hambre y el caos social del cual deriva esa sociedad hundida en el sometimiento, la rutina de la sobrevivencia y la indiferencia. Será un odio confundido, manipulado en sus miedos y desesperaciones, para quien nada que se defina como revolución tendrá significado alguno; muchos llegarán a aborrecerla. La revolución “desde arriba”, el establecimiento de nuevas leyes, el caudillismo presidencial, la predeterminación de formas del poder popular llegan aquí a sus límites inviolables. Si a eso le sumamos la impunidad en que se soportan las mafias de la corrupción y la burocracia, el saboteo y la extrema ineficiencia que conlleva su existencia, pues con más razón. El “partido unificado” en ese sentido pensamos que no agregará ninguna salida significativa en la medida en que será un partido de gobierno, hundido el mismo –si sobrevive- en una pugna a muerte entre lo mejor y lo peor del chavismo, sin fuerza para atender esa “otra sociedad” para quien la revolución no llega ni llegará nunca de los cielos.
Esa preocupante realidad es lo que todas las revoluciones han vivido en la medida en que se radicalizan. Desde la revolución francesa hasta la última revolución del siglo XX aún sobreviviente, la cubana, por un lado la respuesta ha sido la salida dictatorial, el totalitarismo revolucionario, al verse acorraladas por el espacio social y cultural anuente a la contrarrevolución y su acción depredadora, venga de donde venga. Ya sabemos cuales han sido las consecuencias: el totalitarismo revolucionario se convierte en un totalitarismo burocrático lo que a la larga revienta la propia revolución. La otra salida ha sido la de frenar al interno del propio gobierno el devenir revolucionario, imponiendo la negociación y la conciliación de clases, o al menos se pretende como lo hizo Allende, la República Española, los sandinistas, lo que intentó el Chávez del 2002 (con mejor fortuna que las otras).
Si hay algo que pueda llamarse “socialismo del siglo XXI” es que no tengamos que morir en el intento aplastados por una u otra opción. Esto significa la materialización de una revolución socialista revolucionaria y libertaria que llegue hasta el fondo de nuestra sociedad. La “toma del poder”, pacífica en nuestro caso, claro que ha facilitado elementos muy importantes, socializando pasiones, participaciones y debates que jamás hubiesen llegado hasta donde han ido sin las herramientas. Todavía hay mucho que hacer en ese terreno, pero el horizonte de mayorías ya nos indica sus límites. Los estados nacionales, si aún son importantes, se han hecho sin embargo cada vez más débiles a la hora de conducir el destino de las sociedades. Y no sólo los estados y las superestructuras políticas. La situación de descomposición social, la vuelta a la acumulación originaria por la vía del narcotráfico y el mercado de cuerpos, la cultura de la violencia y el individualismo, la destrucción de las bases productivas nacionales, todo esto unido a la monstruosa globalización capitalista, prácticamente nos obliga a comenzar todo de nuevo y sobre otras estrategias y otros valores civilizatorios, que sobrepasan la escala de los estados y el conflicto de la toma del poder y se ubican en un horizonte político y cultural de resistencia y confrontación total al orden material y espiritual que hemos heredado del capitalismo.
En la búsqueda de alternativas de acción, si sirve el principio, se trata de una dialéctica constructiva y dialogante –hasta donde se pueda- entre gobierno revolucionario y espacios de contrapoder (lo que hemos llamado la “dirección dual”). Una dialéctica donde exista un eje político-social organizado que apueste a las formas de movilización, acción directa, programa, producción y organización autónomas y radicalmente “de clase”. Que el campesino, el poblador, el trabador urbano, el obrero, hasta el mismísimo delincuente, hablen desde sí mismos, desde su condición humana concreta, en todo lo que esto supone, y no desde la propaganda de gobierno. Que de verdad apunte a una revolución social total y profunda centrada en la inclusión productiva y protagónica de toda esa masa que vive la exprema opresión. Sin la necesidad de estar pidiendo dádivas a nadie, ni estar dependiendo de leyes y programas, ni siquiera de recursos provenientes de la decisión de burócratas, sino de la misma negociación entre sujetos e instituciones del poder popular que ya manejen recursos y puedan establecer relaciones horizontales y de solidaridad fuera de toda lógica de estado.
Todo ello parece ser una vía de salida provisional al menos para la revolución bolivariana en curso y para los tiempos que vienen. Para ello urgentemente necesitamos de una izquierda, de una vanguardia socio-política, no electoral y no gubernamental, que en tanto colectivo empiece a crear y sistematizar todos los aprendizajes necesarios a estos fines. La guerra va a ser dura y esto ya no puede depender exclusivamente de gobierno, dependerá de la fortaleza y la autonomía de un poder popular que se sepa entender como tal. Será el punto de “otra política”, otros códigos tácticos y estratégicos, otra experiencia humana que en el plano de las confrontaciones sociales y de clase empiece a resolver las cosas con un lenguaje y un “saber hacer” totalmente distinto al que tienen metido en su cabeza los modernos tecnócratas de la política. Si de hegemonía y guerra de posiciones se trata, sólo de esta manera estaremos entendiéndonos con una población desgarrada por todas las formas de violencia que ha ido produciendo y expandiendo el mundo capitalista. No pedir permiso para ser libres, empezar con nuestras manos, nuestros saberes y voluntad, construir los polos de vanguardia para ello (que por cierto no se confundan con el purismo aséptico que se le ha querido dar a los movimientos sociales) parece ser la única vía para hacer frente a la pelea que vuelve a comenzar.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario